Tostadora – Ezequiel Baum

Buenas tostadas a cambio de la escritura de un cuento.

Objeto: Tostadora
Dueñ@: Ezequiel Baum – www.trainerfinanciero.com
Diagnóstico: Falla el selector de potencia
Consecuencia: No se puede usar.
Acción: Se desarma y repara el selector (soldaduras y cables nuevos).
Intercambio: Cuento.

 

La velocidad se estabilizó en crucero y la gravedad, su disminución para ser precisos, empezó a hacerse sentir. El despegue se había ejecutado sin complicaciones, si dejamos fuera de la ecuación la depresión que reptaba en la parte de atrás de la cabeza de Krauze. Después, a medida que la gravedad cero alteraraba la relación de fuerzas de sus órganos internos, la depresión se fue camuflando en la boca del estómago. En el vacío del espacio la tristeza se expande, en el cuerpo sigue en los mismos lugares de siempre.

 

– Windhoek a Blue Dragon A-07. ¿Me recibe?
Krauze activó el botón del micrófono del intercom. El equipo de diseño insistía con mantener algunas cosas en formato mecánico.
– Blue Dragon A-07 se reporta, Windhoek. El trayecto entre despegue y crucero fue normal. ¿Alguna recomendación?
– Todos los indicadores en orden acá abajo. Los reportes del último barrido satelital no muestran basura en órbita. Nasa bajó el alerta de meteoritos. Todo indica que el viaje va a ser tranquilo. Que tenga una excelente jornada Blue Dragon.
– Igualmente Windhoek.

 

Krauze miró por la ventana y vio cómo se proyectaba África debajo suyo, una franja de desierto amarillo arriba, una verde abajo que convivía con el parche de desierto de Namibia, de donde había despegado. Lo suyo a esta altura era rutina, pero cada tanto se sorprendía de lo distinto que era esto a pilotear aviones. La perspectiva cambiaba completamente y la posibilidad de visualizar el planeta desde la Estratósfera era demasiado para la retina y el cerebro, por más que como en cualquier trabajo, se había acostumbrado a lo que veía.

No tenía hambre y la molestia en el abdomen seguía ahí donde la angustia había clavado bandera. Tenía que hidratarse y alimentarse de todas maneras. Abrió una gaveta y sacó una botellita de agua y un pomo de pasta de proteínas. Pollo al curry. Podría ser peor. De un cajón sacó unas toallas higienizantes. Era un exceso limpiarse las manos para comer en estas condiciones, pero hay hábitos que no se abandonan nunca en la vida. Soltó la botellita y el pomo y los dejó flotando delante suyo mientras se frotaba la toallita por las manos. Cuando terminó, metió la toalla usada en un compartimiento de residuos y atrapó el pomo. Lo destapó y fue plegando el aluminio para ayudar a salir el contenido, con la punta dentro de su boca. Terminó de cenar y dejó el envase vacío en el mismo compartimiento. Destapó el seguro del pico de la botellita de agua pero estaba distraído pensando en lo único que le pesaba ahora, su drama y apretó la botella sin darse cuenta. Un chorro de agua salió deshecho en mil esferas de cristal. Las miró flotar un rato y después se llevó el pico de la botella a la boca.

 

– Ahhhh.
Suspiró.
– Qué bien me vendría una pastilla de glucosa.

 

Hablaba en voz alta para distraerse y escuchar algo más que el zumbido hidráulico de la cabina. El viaje hasta la base Vandenberg tarda unas 7 horas. Miro por la ventana de nuevo. Abajo, sobre el filo de la curva del planeta, en lo que en un plano proyectado Mercator sería el cuadrante inferior izquierdo, veía el apéndice de Sudamérica. Uno de esos nodos luminosos, en el centro, era Córdoba. Ahí estaba Alina, el pasado que compartieron, el futuro que no van a compartir. ¿Por qué algunas conclusiones aparecen tan claras una mañana cualquiera en el Sur de África mientras se espera a que terminen de preparar el cargamento de Monazita para llevarlo hasta California?¿Por qué justo esa semana y no otra de las 150 anteriores que lleva sin ella?

 

A Krauze le hubiera gustado llorar, ver cómo las gotas salen expulsadas de sus lagrimales, livianas, se pierden en la cabina. Pero ya no sabía cómo llorar. Había elegido el espacio exterior para su vida y en ese lugar no hay forma de darle cabida al amor. Al menos no el que Alina esperaba. El que pudo darle otro mientras él estaba en órbita. Todo no se puede. Miró por la ventana pero esta vez al espacio. Las estrellas se veían tan distinto desde afuera del planeta. Al fondo, la luna, sin el maquillaje de la atmósfera, mostraba su peor cara, la que no puede disimular los cráters. Y sin embargo era tan linda. Miró de vuelta abajo. El halo celeste funcionaba como un sedante visual. Había llegado lejos, había visto lo que quería, pero no era feliz. Más que esto no hay, pensó.

 

SpaceX necesitaba pilotos pero necesitaba, además, gente determinada.

 

Krauze se desabrochó el cinturón y fue al armario de la cabina donde guardaba su equipaje personal. Como la aeronavegación espacial privada todavía no estaba del todo regulada, la cuestión de aduanas y prohibiciones de elementos en vuelo no aplicaba.
Sacó su mochila con el logo de la empresa. Abrió el cierre y de adentro sacó un cortaplumas de Swiss Army. Volvió a su asiento, se arremangó el brazo izquierdo y con el derecho empezó a cortar con pulso firme todo a lo largo del brazo.

 

La sangre salía roja carmesí en líneas irregulares, como si fuese queso derretido. Algunas gotas se despegaban del caudal y se convertían en una maqueta improvisada de un sistema solar.

 

Miró de nuevo por la ventana. Abajo, La Tierra. Arriba, el infinito. Adentro, la nada.

 

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